El velo se ha erigido en el símbolo de las protestas que desde hace 11 días sacuden Irán tras la muerte de la joven Mahsa Amini, pero esta prenda islámica es solo la punta del iceberg: los jóvenes iraníes quieren libertades y oportunidades.
Las protestas están protagonizadas por la llamada generación de los 1380 (según el calendario iraní, los nacidos desde los 2000), que disfrutaron de ciertas libertades con el expresidente reformista Hasan Rohaní (2013-2021) que ahora les han quitado en medio de una crisis económica que parece no tener fin.
Una generación que no quiere vivir dos vidas como sus padres: una pública acorde con las normas del sistema y otra privada en la que rompen todas esas reglas.
Mahsa Amini fue detenida el martes 13 por la llamada Policía de la Moral en Teherán por considerar que llevaba mal puesto el velo y trasladada a una comisaría donde sufrió un ataque al corazón y entró en coma.
Murió tres días después en un hospital, en una muerte calificada por la Policía como “desafortunada” y que las autoridades han atribuido a problemas de salud, algo rechazado por la familia.
‘Mujer, vida, libertad’, claman en Irán
La muerte de Amini, de 22 años ha echado a su generación a las calles, con protestas en al menos 20 ciudades con poderosas imágenes de jóvenes quemando velos al grito de “Mujeres, vida, libertad”.
Hasta el momento las autoridades reconocen 41 muertos y más de mil detenidos.
“Estas movilizaciones la han iniciado mujeres y tienen que continuar para que no maten a más Mahsa Amini”, dice a Efe una joven que ha participado en las protestas.
“Lo único que queremos son libertades sociales, vestirnos como queramos… el velo no debe ser obligatorio ”, dice la joven.
Así, el velo se haya convertido en el objeto de la furia de los manifestantes.
“El velo es visto como un elemento de la presencia del Estado, del control de la sociedad por el Estado”, explica a Efe Raffaele Mauriello, iranólogo y profesor titular de Lengua y Literatura Española de la Universidad Allame Tabatabaí en Teherán.
Para el experto, los jóvenes se acostumbraron a ciertas libertades durante el mandato de Rohaní, cuando proliferaron las cafeterías, en las que chicos y chicas se juntaban, en algo parecido a a bares sin alcohol.
En esos años, la Policía de la Moral perdió protagonismo en la calles y se produjo cierta relajación en el uso del velo, obligatorio desde 1983, poco después de la revolución liderada por el ayatolá Ruholá Jomeiní en 1979.
En ese contexto, el presidente ultraconservador Ebrahim Raisí ganó las elecciones de 2021 con una participación del 48,8 %, la más baja desde el triunfo de la Revolución Islámica y en las que no se permitió la presencia de candidatos reformistas.
Con un 12.8% de los votos en blanco o inválidos, las elecciones subrayaron la desconexión entre muchos iraníes y el sistema, que cierra así la puerta a reformas políticas.
Tras la llegada al poder de Raisí en agosto del año pasado la pregunta que muchos se hicieron fue cuando comenzaría a aplicar de forma más estrictas las leyes de vestimenta y sociales. La respuesta llegó 10 meses después.
A finales de junio aumentó la presencia de la Policía de la Moral en las calles y los arrestos por llevar mal el velo, además de los avisos en las cafeterías de que los jóvenes se comportasen.
Mientras la población de mediana edad ha aceptado el regreso del rigor social, los jóvenes se han rebelado, en unas protestas han logrado canalizar la furia popular, a diferencia de otras ocasiones en las que se redujeron a fragmentados grupos sociales movilizados por la economía.
Crisis económica en Irán
Esa presión social sucede además en unas duras condiciones económicas con una población muy cansada que se ha ido empobreciendo en Irán, en parte por las sanciones estadounidenses.
“Están presionando a una sociedad bajo presión”, sostiene Mauriello, quien cree que el Gobierno eligió un mal momento endurecer la aplicación de las estrictas leyes de vestimenta.
El país sufre una inflación en torno al 40% y en abril el precio de un gran número de productos básicos, entre ellos el pan, se multiplicó por tres, lo que provocó protestas con dos muertos.
Entonces, el dueño de una panadería de Teherán contó a Efe que había clientes que casi llegaban a las manos en su establecimiento.
“La gente no tiene dinero y está nerviosa”, dijo.
En esas circunstancias la muerte de Amini ha sido como echar gasolina al fuego.
La duda es cuánto durará ese fuego.
“Creo que le queda una semana”, afirma Mauriello.
La falta de un liderazgo que encauce las movilizaciones junto con la represión policial parece que pondrán fin a esta ola de de protestas, que en los últimos días ha perdido vigor.
Pero de momento, no se ve a la Policía de la Moral por las calles de Teherán.