Fue una tarde histórica con el carácter y la sensibilidad que sólo puede imprimir una ciudad como Pamplona por San Fermín a su ídolo: Pablo Hermoso de Mendoza. Ese disfrutar de cada momento a sabiendas de que es la última vez.
Ese nudo en la garganta de una generación y una ciudad que instauró una corrida de rejones el 6 de julio para ver a su ídolo. Con esa sensación de nostalgia, se llenaron los tendidos que disfrutaron de una tarde de sucesión. Dos faenas redondas de Pablo Hermoso de Mendoza y otras dos de Guillermo Hermoso de Mendoza.
Un final soñado, dentro de una despedida que sólo se entiende a través del corazón. Y las emociones con el corazón son propias del toreo, como lo son de nuestra vida. Una vida torera de Pablo Hermoso que termina en Pamplona, aunque seguirá siendo el rey navarro. Completaba el cartel Roberto Armendáriz y sólo el fallo con el acero le impidió salir en hombros con una extraordinaria corrida de El Capea.
Imaginen ustedes, incluso más los que aman Pamplona y San Fermín, ser conscientes de estar viendo el último chupinazo de su vida o escuchar por última vez a los dantzaris que marcan el inicio de unas fiestas que tú sabes que son las últimas. Cómo sonaría el último ‘Pobre de mí’ de la vida de cualquiera, de ser capaces de entonarlo.
Con esa pasión exacerbada, acudió la gente a los tendidos para ver por última vez a Pablo Hermoso de Mendoza en Pamplona. Una ciudad que ha crecido cada 6 de julio con Pablo I de Navarra y que ya se ha convertido en uno de los ‘momenticos’ de las fiestas que unen a las familias.
Sólo desde este carácter pasional que se enraiza en España a todo lo festivo, convirtiéndolo en lo ‘nuestro’, se puede entender una tarde para el recuerdo de una trayectoria histórica.
Pronto comenzó el argumento soñado, gracias a la calidad y nobleza del primer toro de El Capea, que lidió una extraordinaria corrida por clase, fondo, ritmo y nobleza. Seis de seis. Llegó Pablo Hermoso de Mendoza con ‘Berlín’, para ajustar y elevar a la máxima expresión el toreo a dos pistas. Clasicismo en estado puro, con banderillas clavadas en el mismo estribo. Una emoción que también llegó con varias piruetas en la cara del toro a lomos de ‘Malbec’.
Una obra redonda, que tras el rejón de muerte, fue premiada con las dos orejas. Con el cuarto, Hermoso de Mendoza volvió a cuajar otra gran faena, dentro de unos tendidos que no perdonaron la merienda y que fueron cogiendo calor a medida que llenaban el estómago.
Una faena precisa llena de magisterio que contó con el borrón del acero. La emoción de la vuelta al ruedo era un aperitivo en comparación con lo que estaba por llegar.
En esa tarde de sucesión, Pamplona acogió a Guillermo Hermoso de Mendoza como nuevo ‘rey’. El jinete navarro ya estuvo a una gran nivel que con el gran tercero, que embistió de salida siempre con el pitón de dentro y humillado. Había que hacer todo con excelsa precisión y sin ningún cambio de ritmo.
Lo templó el navarro en una faena que conectó desde el primer momento con el público y que terminó con un par a dos manos de banderillas cortas. No estuvo acertado con el acero y se escapó el triunfo. No así en el sexto, frente al que Guillermo Hermoso se dejó todo en el asador y se ‘desnudó’ en cuerpo y en alma para conseguir el triunfo. Como estuvo acertado con el acero, llegaron las dos orejas entre la pasión desatada de todos.
Roberto Armendáriz completaba, como ha sido clásico en los últimos años, el cartel de rejoneadores navarros y sólo el fallo con el acero le cerró la Puerta Grande. Armendáriz cuajó su faena más seria frente al quinto, otro toro de gran clase y fondo.
Permitió al rejoneador navarro explayarse y conectar con los tendidos a través de un rejoneo de garra y raza, que remató con un par a dos manos. El segundo fue el toro más exigente de la corrida y bajo las mismas armas – raza y garra- actuó Armendáriz, aunque más desigual en la colocación de las banderillas.
Todo pasaría a segundo plano, cuando comenzó la despedida de la ciudad a su ídolo. Esa que no entiende de vetos, pero sí de sentimientos que siempre ha vivido de manera unida a la de Pablo Hermoso de Mendoza. Los tendidos se abrazaron para cantar al unísono ‘El Rey’, junto a los mariachis de la plaza que apretaban sus pulmones para no quedar por debajo de las voces desgañitadas.
Pocas despedidas de un torero estuvieron a tal altura y se vivieron con tal emoción. Un patrimonio de Navarra. México y Pamplona se unieron, como lo han hecho en la vida de Pablo Hermoso de Mendoza, que terminó brindando y saliendo a caballo junto a su hijo por la Puerta Grande, mientras los tendidos cantaban ‘canta y no llores’.
Porque cantar nos acerca a la vida, como lo hace el toreo. Como lo ha hecho Pablo Hermoso de Mendoza a Pamplona cada 6 de julio. Y éste era el último de un rejoneador que cambió la concepción del toreo y de una Feria del Toro de la que seguirá siendo el rey, aunque su hijo ya ocupe el trono.